miércoles, 21 de julio de 2010

Invocación a la paciencia, toma I

- Como le decía, doctor, últimamente soy víctima de fuertes ataques asesinos compulsivos, así como si quisiera matar a todo aquél que se me cruce en mi camino. ¿Qué? ¿Que quiere que le cuente mi más reciente ejemplo de esa situación?

- No, en realidad quiero que se vaya, ya se acabó su turn…

- Bueno, si tanto insiste, le cuento. Hoy viajé en colectivo. En el 115, una línea bastante eficiente. El hecho es que al lado se me sienta una vieja con pinta de gallina desplumada. No, no me quejo de su aspecto, no no, hay que ser considerado y no juzgar a partir de las apariencias.

Lo que realmente me comenzó a irritar fue una especie de “tic” de la vieja en cuestión. No paraba de quitarse pielcitas del labio con los dedos. Y no sólo eso: cada vez que lo hacía emitía un extraño sonido similar al que hacen los culicagados cuando toman sopa, algo así como “fffllluuuiiippp”, ¿me entiende?

- Si, bueno, podríamos profundizar el tema la semana que vien…

- Era repugante. Irritante. Absurdamente molesto. Intenté obviarlo, hacer caso omiso, mirar por la ventana; ¡nada conseguía distraerme!. Entonces la miré, miré a la vieja. Ella me observó por un instante, todavía con el dedo índice sobre el labio, y bajó la cabeza. Se dió cuenta, se sintió avergonzada. Pero a los 5 malditos minutos comenzó a hacerlo de nuevo. Y más fuerte.

Tras casi 20 encuentros visuales de la misma índole se calmó. Se calmó la desgraciada. Y justo a tiempo, porque yo ya sentía que la vena del cuello me iba a explotar de tanta idiotez acumulada en una sola persona. No lo podía creer, ¡Qué aberración! ¡Qué infamia!¡Odio a la humanidad y a sus malfitos integrantes! ¡Estúpidos! ¡Grotescos! ¡Miserables esperpentos rellenos de pus y coprolitos rostizados! ¡Muéranse! ¡Muéranse! ¡Muéranseeeee!

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